sábado, 28 de febrero de 2009

Salvados por la campana

Tras Pablo Molina, le toca el turno a Luís del Pino, que responde al primero con un artículo si cabe más revelador. Aquí ya introduce un nuevo elemento: el caracter pseudodemocrático de la III Restauración. Nota: a pesar de lo acertado de su diagnóstico, no hay que dejarse llevar por el carácter optimista de LdP, pues la casta política corrupta puede sobrevivir aunque no quede nada que robar, que se lo digan a los argentinos.

Sostiene Pablo Molina en un artículo que estamos asistiendo al fin de la Segunda Restauración. Y un repaso a algunas de las noticias publicadas en las últimas fechas constituye la mejor ilustración de que, en efecto, el estado de cosas surgido de la Transición ha dado de sí todo cuanto podía dar.
  • España se ha retirado de la Asamblea Parlamentaria de Seguridad y Defensa de la Unión Europea Occidental, con el acuerdo de los dos partidos mayoritarios, precisamente en el momento en que le tocaba presidir ese organismo. Que se aduzcan motivos presupuestarios para la retirada no deja de ser curioso, cuando seguimos gastando dinero a espuertas en embajadas catalanas o en decorar despachos de nuevo rico. ¿Qué motivo real hay para esa retirada?
  • El PP defiende, junto con el tripartito catalán, la desaparición del Defensor del Pueblo en Cataluña. A partir de ahora, otro aspecto más de la Constitución que deja de tener vigencia en una parte del territorio español. Y además, con la complicidad del PP, tanto más grave cuanto que parece completamente innecesaria.
  • El Mundo apunta hoy a un posible caso de corrupción de ese ex-ministro popular que tan inteligentemente pactó con el PSOE la eutanasia obligatoria de la Justicia independiente en España.
  • El País destapa los supuestos enjuagues económicos en el ayuntamiento de Castro Urdiales, en donde aparecen mezclados personajes procedentes de todos los partidos.
Aunque debo reconocer que lo que personalmente me escandaliza más es la noticia de que las seis comunidades con estatutos de autonomía reformados han decidido unificar hoy las licencias de caza, supongo que para que los pobres ministros no cacen ilegalmente por error en sitios donde no cuentan con autorización. De nuevo una entente PP-PSOE en pro del bien común.

Para que los padres puedan educar a sus hijos en castellano en todo el territorio español, no mueven un dedo. Para que la bandera nacional ondee en todos los ayuntamientos, como la Constitución marca, tampoco. Para que se disuelvan ayuntamientos gobernados por terroristas, ni descuelgan el teléfono. Para que la gente pueda rotular en castellano su comercio, ni se molestan en levantar la vista. Para que acudamos al médico donde nos de la gana, sin tener que hacer trescientos mil papeleos, no se preocupan de unificar marcos legales.

Pero para convalidar las licencias de caza se ponen de acuerdo en 24 horas.

¡Olé sus narices!

Definitivamente, el régimen constitucional del 78 está muerto. El paso a un nuevo régimen es ya imparable, porque nuestra clase política ha entrado en descomposición.

Aunque, en contra de lo que hubieran querido quienes quisieron superar el régimen actual mediante el 11-M , el cambio de régimen al que vamos irá en sentido justamente contrario. Más que nada, porque estos figuras que nos gobiernan a todos los niveles se han pasado tres pueblos en el peor de los momentos posibles.

¿Qué se puede hacer en las circunstancias actuales, me preguntaba el otro día uno de los miembros del blog? Pues muy sencillo: esperar. La fortaleza principal de la cleptocracia radica en que, cuando un estado entra en la espiral de la corrupción, todo tiene un precio. Y son muchos los dispuestos a colaborar, por acción o por omisión, en el mantenimiento del chiringuito. Así que resulta muy difícil sacudirse de encima ese tipo de régimen.

Pero esa misma fortaleza de la cleptocracia constituye, a la vez, su mayor debilidad. Porque el sistema no puede mantenerse si la máquina de inyectar dinero se detiene. El poder de la casta radica, única y exclusivamente, en la disponibilidad de dinero líquido con el que comprar voluntades. Y el problema es que ya no queda ni un miserable euro que robar, porque ya nos lo han robado todo. Así que cada día que pase, el poder de esta cleptocracia irá debilitándose. Con lo cual no les queda ya otra opción que apretar el acelerador y huir hacia adelante. Y, para desgracia suya y suerte nuestra, no cuentan ya con fuerzas suficientes.

Pensándolo bien, resulta bastante irónico que la Nación española vaya a ser salvada por la campana de una crisis económica como no se había visto en los últimos 70 años, aunque me temo que nos va a tocar a todos pasarlo bastante mal en los años venideros. Porque no va a resultar nada fácil tener que afrontar esa crisis con una elite dirigente en completa descomposición y teniendo que repensar entre todos la estructura del Estado.

Pero dicen que en los problemas están las oportunidades. Y el colapso de este régimen nos abre la puerta a poder disfrutar, por fin, de una verdadera democracia, en una Nación de ciudadanos libres e iguales. Para lo cual nos tocará a todos arrimar el hombro. Y mucho.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Otra Restauración que se acaba

Da gusto ver cómo los periodistas, intelectuales, historiadores, filósofos y juristas más decentes que hay en España se van dando cuenta, poco a poco, de que el régimen nacido en 1978 ha fracasado ya estrepitosamente. Esta semana le ha tocado a Pablo Molina en Libertad Digital, con este artículo que se centra en una de las tres patas del régimen del 78: el Estado de las Autonomías. Yo sostengo la tesis de que la Partitocracia española va a ser la primera en caer (y la que menos tiempo ha durado) de todo el continente europeo, precisamente por culpa del Estado de las Autonomías. Bueno, que disfrutéis el siguiente artículo.

La segunda restauración borbónica, obra de Franco (con perdón), llega a su fin como sistema político. Lo siento por los que aún hacen palmas con las orejas cuando se refieren a la GTE (Gloriosa Transición Española), pero el régimen no da más de sí.

Hay todo un catálogo de síntomas que resaltan la evidencia de que estamos en los estertores finales del Estado Autonómico, pero ningún partido político va a reconocer este fracaso colectivo, por la parte que a cada uno le toca, así que nos vemos abocados a contemplar la lenta muerte de un sistema que nació predestinado a un fin tan cercano como poco presentable.

No es sólo que las autonomías hayan consumido recursos, energías y esfuerzos que podrían haberse destinado al fortalecimiento de una nación unida y próspera. Es que, aunque hubiéramos tenido políticos periféricos con sentido de estado, el proceso hubiera acabado derrapando igualmente, si bien a menor velocidad y con mayor decoro.

Los partidos nacionalistas, con la aquiescencia expresa del resto del arco político, han creado unos miniestados que resulta imposible mantener, con el agravante de que el proceso exige una dosis cada vez mayor de autoritarismo centrífugo, sin el cual les resultaría difícil legitimar su existencia y seguir acaparando el poder. Ahorro al lector la larga lista de despilfarros absurdos que la clase política nacionalista viene protagonizando en los últimos tiempos, como si la crisis no fuera con ellos (de hecho, no va con ellos). Y por si no bastara con conceder autogobierno a las nacionalidades históricas (por cierto, ¿hay alguna que lo sea con más títulos que Castilla?), la fórmula del "café para todos", puesta en práctica por Adolfo Suárez, acabó de redondear la catástrofe.

No hay en el mundo país del tamaño del nuestro que pueda sostener diecisiete parlamentos autonómicos, con sus diecisiete minigobiernos, dilapidando una parte cada vez mayor de los fondos públicos y creando su propia legislación en abierta oposición a la del resto de comunidades y a la del estado. No hay país capaz de progresar cuando una región impide que el estado construya una infraestructura vital para el desarrollo de las provincias limítrofes sin otro criterio que el ideológico, por llamarlo de alguna manera.

No hay país que sobreviva al hecho de que los ciudadanos que vivan en determinadas partes de su territorio no puedan utilizar el idioma nacional en la vida pública ni educar a sus hijos en la lengua materna, con el destrozo consiguiente para el futuro profesional de toda una generación. No hay país capaz de soportar por mucho tiempo un orden político en el que un miniestado obliga al gobierno central, ley orgánica mediante, a negociar bilateralmente los temas financieros y de infraestructuras, mientras el resto de mininacionalidades tienen que conformarse con las sobras y sus políticos se maldicen íntimamente por no haber dado ellos ese primer paso.

La recesión económica no hace sino poner aún más de relieve lo insostenible de la situación actual. Los políticos han sido siempre proclives al derroche por la sencilla razón de que no utilizan su dinero, sino el ajeno, pero es que en el caso español tenemos una clase política elefantiásica y bastante más desvergonzada que la media, capaz de realizar las mayores tropelías a despecho del sentir de los ciudadanos, incluso en una hecatombe financiera como la que vivimos en la actualidad. El baldón que el ciudadano medio occidental debe soportar para financiar los caprichos de la casta política, en España multiplica su peso por diecisiete.

Mas lejos de renunciar a sus gabelas institucionales, la propaganda de los partidos con opciones de gobernar en Galicia y el País Vasco, como ocurrirá en el resto de autonomías cuando se acerque la fecha electoral, consiste básicamente en reclamar "más autogobierno", es decir, más dinero para poder disponer de él en la tarea de construcción de sus correspondientes nacioncitas, coartada habitual con que la clase política periférica justifica su existencia, cada vez más gravosa.

Y como ningún partido del consenso borbónico está dispuesto a reconocer la realidad, nuestro destino colectivo no puede ser otro que seguir huyendo hacia delante hasta que la maquinaria gripe irreversiblemente. El último ni siquiera tendrá que apagar el gas, porque la compañía proveedora nos habrá cortado el suministro varios meses antes. Una preocupación menos.