jueves, 18 de diciembre de 2008

Los doce ataques a la CE de 1978

(Extraído de la web de UPyD)
Celebramos los 30 años de la mejor Constitución de la historia de España, pero nunca como en los últimos años había recibido tantos ataques de quienes deberían defenderla y mejorarla. Porque si bien la Constitución…

1 –… garantiza la unidad del Estado y la solidaridad entre todas las comunidades autónomas, lo cierto es que las reformas de Estatutos de Autonomía están destruyendo esa solidaridad y dejando en papel mojado la unidad del Estado y la igualdad de los ciudadanos.
2 –… afirma la cooficialidad del español en todas las comunidades autónomas, en varias está siendo marginado impunemente como si no fuera la lengua oficial y común de todos, sino una lengua extranjera peor tratada a veces que las que sí lo son.
3 - ... proclama que todos los poderes públicos están sometidos a la Constitución, en la práctica asistimos a constantes desprecios y decisiones de gobierno inconstitucionales.
4-… prohíbe cualquier tipo de discriminación, en la práctica se han instaurado derechos diferentes en prestaciones sanitarias y educativas o de pensiones en función del lugar de residencia, de manera que no todos tenemos los mismos derechos en todas partes.
5-… proclama la libertad de residencia en todo el territorio, miles de personas del País Vasco y Navarra se han visto obligadas a cambiar de residencia o marcharse por la presión terrorista y la del “nacionalismo obligatorio”.
6-… garantiza el acceso de todos a los medios públicos de comunicación, en la práctica están al servicio exclusivo de los gobiernos, marginando o ninguneando a los demás.
7-… decreta que el objetivo de la educación es el desarrollo integral de la persona en valores democráticos, constatamos su constante pérdida de calidad e importancia.
8-… establece que la Administración pública deber ser eficaz y coordinada, asistimos a la multiplicación, descoordinación y derroche de administraciones superfluas, muchas veces duplicadas o triplicadas.
9-… proclama la unidad jurisdiccional de la administración de justicia, resulta que se están creando sistemas judiciales autonómicos con su propio “poder judicial”.
10-… asegura la independencia de la Justicia, ocurre que en la práctica son los partidos políticos los que nombran los órganos rectores del poder judicial y condicionan sus decisiones, imponiendo a sus jueces partidarios e ignorando a los independientes.
11-…ordena que la Fiscalía defienda siempre la legalidad, en la práctica aquella actúa a las órdenes del Gobierno de turno e incumple las leyes cuando a éste le conviene.
12-…establece que en ningún caso habrá privilegios económicos o sociales en unas comunidades autónomas respecto a otras, lo cierto es que todos los nuevos Estatutos pretenden privilegios económicos y sociales inconstitucionales, porque invaden competencias del Estado o introducen la discriminación de los ciudadanos de otras comunidades o lengua.
Al margen de la discusión de la idoneidad o no de la CE de 1978, el mayor problema que tenemos actualmente es que ésta no se cumple, o no se hace cumplir.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Pues a lo mejor la transición no fue tan buena, oiga

El siguiente artículo lo publicó José Javier Esparza en la revista El Manifiesto hace un año y medio, con motivo del 30 aniversario de las primeras elecciones (15 de junio de 1977) desde la II República. El texto no tiene desperdicio y creo que es de obligada lectura para quienes consideran que la Transición fue “modélica”. Espero que os guste.



¿Y no hay algo como sentimental y nostálgico en esta perpetua añoranza de los tiempos de la Transición, en esta evocación sensiblera y emotiva de “aquellos maravillosos años”? El país entero se ha volcado en la conmemoración del trigésimo aniversario de las elecciones de 1977. A falta de contenidos políticos, lo que hemos visto es cómo los cincuentones y sesentones entonan el “éramos tan jóvenes”. Un buen momento para pisar unos cuantos callos. La transición fue lo que fue, pero hoy estamos donde estamos. Y buena parte de la culpa la tiene, precisamente, aquella transición.


Sí, claro, siempre es mejor votar que no poder hacerlo, siempre es mejor tener la posibilidad de manifestarte que pelearte con los guardias, siempre es mejor poder escribir con un cierto grado de libertad –aunque sea arriesgándote al silencio- que no poder escribir en absoluto. Pero no se trata de eso. Ya no. Han pasado treinta años desde aquellas elecciones del 77 que tanto emocionan hoy a la “España Cuéntame”. Treinta años son muchísimos. Y en todo ese periodo, la acumulación de las cosas que han funcionado mal (o no han funcionado de ninguna manera) ha alcanzado dimensiones extraordinarias. Tanto, que ha bastado que un irresponsable eche un petardo en la pista para que todo el sistema se hunda en un mar de confusión.


La transición tabú

Un rasgo característico de la España de la transición ha sido el silencio; el silencio sobre todo aquello que no había que tocar para no “comprometer”. A lo largo de todo este tiempo ha habido una especie de “efecto tabú” sobre los fundamentos de la transición, una especie de papanatismo seudorreligioso que vetaba poner en cuestión sus principios so riesgo de ex comunión pública. Ese tabú tenía por objeto proteger al sistema, ponerlo al abrigo de críticas “involucionistas”, pero el resultado ha terminado siendo letal para el propio sistema.


No se podía proponer la reforma de la Constitución para no “fragilizarla”, pero el resultado ha sido que hoy estamos asistiendo a un proceso de alteración constitucional por la vía de los hechos, a través de la reforma de los estatutos de autonomía, sin que las instituciones del Estado estén en condiciones de detenerla.


No se podía hablar de la función moderadora del Rey para no “desestabilizar” la jefatura del Estado, pero el resultado es que hoy el Estado carece de otra dirección que no sea el capricho de la mayoría gubernamental.


No se podía reprobar la hegemonía nacionalista en Cataluña y el País Vasco para no fomentar tensiones en el Estado de las Autonomías, pero el resultado es que hoy el Estado de las Autonomías va camino de convertirse en una suerte de neocaciquismo confederal bajo las tensiones creadas por los partidos nacionalistas.


No se podía criticar la ley electoral porque eso ponía en riesgo la democracia, pero el resultado es que hoy quienes deciden las mayorías en las Cortes son los pequeños grupos –especialmente, los nacionalistas periféricos- y media España está gobernada por coaliciones de partidos perdedores; situaciones ambas muy poco democráticas.


No se podía poner en cuestión la injerencia de los partidos políticos en todos los terrenos de la vida pública, desde la Justicia a los canales públicos de televisión, porque eso sería debilitar la base de la representación ciudadana, pero el resultado es que los partidos han terminado ocupando todo el campo, en perjuicio de unos ciudadanos que cada vez se sienten menos representados.


Podríamos multiplicar por cien los ejemplos de cosas que no se han podido decir porque eran “malas” para la democracia. El resultado de ese silencio forzoso ha sido, en todos los casos, la implantación de una democracia menor, de segundo rango, una “mala” democracia.


El verdadero espíritu de la transición

La transición se construyó sobre unos pactos de supervivencia que a la larga han tenido, sobre todo, dos beneficiarios: la Corona y los nacionalismos periféricos. La Corona fue un empeño personal de Francisco Franco, que nunca pensó en otra cosa que en devolver la monarquía a España después de un periodo de estabilización económica y social. En la mentalidad del general, puede entenderse. Y la Corona, por su parte, nunca pensó en otra cosa que en evitar el destino que padeció en el pasado: la derrota y el destierro. Para evitar nuevas derrotas y nuevos destierros, la Corona creyó que por encima de todo debía ganarse a sus enemigos históricos: la izquierda y los separatismos. La fidelidad del franquismo sociológico se daba por supuesta; eran los otros los que debían ser integrados en el sistema. Y a lograr el milagro se emplearon las estructuras del Estado, es decir, el sistema de poder que había legado Franco.


Hablemos un poco de esas estructuras, de ese gran aparato que Franco –o, más bien, el franquismo- dejó en herencia. Es altamente improbable que Franco pensara seriamente en perpetuar su sistema. Quienes proyectaron un Estado de leyes fundamentales capaz de sobrevivir al dictador, como aquella arquitectura ideada por López Rodó y Fernández de la Mora, se encontraron con que el propio sistema no hizo el menor esfuerzo por darle vida. Nunca funcionó eficazmente, por ejemplo, el método de la democracia orgánica. Inversamente, lo que se desarrollaba era una estructura estatal que parecía persuadida de poder combinar las típicas libertades burguesas, en régimen controlado, con la verticalidad de un sistema autoritario. En la base de esa estructura crecía un ancho aparato de burócratas del poder nominalmente adscritos al Movimiento Nacional pero en realidad ajenos a toda ideología falangista: los “azules”, que es como se llamaba a Suárez, Martín Villa, Rosón, etc. Cuando ETA –sola o en compañía de otros- mató a la única persona capaz de prolongar el Estado del 18 de julio, que era el almirante Carrero Blanco, la reacción del régimen no fue sino la de un enroque sobre lo peor de sí mismo: Arias Navarro y el búnker del franquismo, esto es, un círculo que no tenía un proyecto de Estado, sino tan sólo un proyecto de poder. Desbancar al búnker era fácil con una sola condición: que pudiera operarse un relevo inmediato por una nueva elite de poder nacida del propio franquismo. Esos fueron los “azules”.


Los azules no tuvieran nunca un proyecto de Estado; lo suyo también era el proyecto de poder. Pero fueron capaces, eso sí, de alumbrar un “proyecto de sistema”. Ese sistema fue el que se edificó al compás de la transición: un sistema que entroncaría con la legitimidad anterior, pues sería monárquico, y que gustaría a los poderes internacionales, pues sería democrático. La Corona, los azules y los poderes internacionales conforman el núcleo básico de la transición. Un núcleo inicialmente muy denso, pues era emanación directa del franquismo, esto es, de un poder en presencia. Pero cuya función iba a consistir en abrirse, en perder densidad para integrar a aquellas fuerzas que, según se temía entonces, podían hacer saltar el proyecto. Esas fuerzas eran la izquierda y los separatistas.


Todo el sistema de consenso que nace de aquellos años, en realidad meses, puede definirse como un reparto de poder; si no formal, sí desde luego en la práctica de los hechos. A la derecha que provenía del franquismo se le respetó su poder económico, que aún tardaría unos años en extenderse a una nueva elite de ricos de izquierda (pero, en general, hijos de franquistas a su vez). A la izquierda, súbitamente multiplicada con la aparición de una joven izquierda autóctona, se le entregó descaradamente la cultura, la educación, buen número de medios de comunicación, en definitiva, la formación de las conciencias. A los nacionalistas periféricos, por su parte, se les concedió de hecho la hegemonía perpetua en sus territorios. La Constitución sancionó el reparto en una operación que teóricamente cerraba el proceso, pero que, en realidad, lo dejaba abierto, para que cada una de las fuerzas en presencia jugara su propio juego.


Es posible pensar que en aquellos años no había mejor forma de garantizar un sistema democrático estable. Aceptémoslo como reflexión piadosa. En todo caso, hoy no estamos ya en aquellos años. Hoy España es completamente diferente. En consecuencia, no tiene sentido prolongar una arquitectura del poder que ya no lleva a ningún sitio sino a la disolución, que es lo que estamos viviendo hoy.


Hoy hemos visto que todos quieren ser herederos de “aquellos maravillosos años”. Es una forma como cualquier otra de cerrar los ojos ante lo que tenemos delante. Pero seguramente hay otra España que lo que quiere es algo distinto: fabricar sus propios años maravillosos, que no estarán en el pasado, sino en el presente y en el futuro.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Serie sobre la Constitución y Preámbulo

Con muchísimo retraso –pero con mucha ilusión– acepto la invitación del amigo Republica Rojigualda para integrar el equipo de este blog. Y lo hago iniciando una serie de entradas sobre la Constitución, ahora que llevamos ya 30 años y varios días de bola y cadena desde que se aprobara la norma fundamental, ésa que anida en el corazón de la democracia que «no debe de ser tocada por el bisturí de…» (¿se acuerdan ustedes?). Pues eso. Así que sin más preámbulos, damos inicio al comentario del


PREÁMBULO


La Nación Española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de:

  • Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las Leyes conforme a un orden económico y social justo.
  • Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la Ley como expresión de la voluntad popular.
  • Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones.
  • Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida.
  • Establecer una sociedad democrática avanzada, y
  • Colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra.

En consecuencia, las Cortes aprueban y el pueblo español ratifica la siguiente CONSTITUCIÓN


(Declamado) Queridos hermanos, amigos míos, ¿no es verdad que éste es un hermoso texto? (Normal) Sólo le faltó decir que «cada ciudadano de a pie tiene derecho a encontrar la felicidad», o poco menos. El texto se lo debemos a la inspirada pluma del profesor Tierno Galván, el mismo que fuera el alcalde de la movida madrileña (sin playa, claro). El mismo al que posteriormente Juan Barranco tributaría un sentido homenaje tildándole de viejo profesor (el aludido devolvió el cumplido bautizando a su vez al susodicho como Juanito Precipicio).


¡Ah, qué tiempos aquellos en los que todo estaba por hacer! El españolito se sentía libre porque le habían dicho que se había muerto el dictador (nos lo anunció en la tele la voz campanuda de Arias Navarro) y que había que estar alegres porque ahora vendría la mococrasia. Y España entera se aprestaba a recibir a la democracia como ésta se merecía: como el pueblecito andaluz de «Bienvenido Mr. Marshall»…


¡Ay, democracia,
te recibimos con alegría!
¡Viva mi mare,
viva mi suegra y viva mi tía!


Y no era para menos. Dejó de existir la censura (eclesiástica, al menos; luego volveremos sobre ello) y el destape se asimiló al «progreso cultural» (siempre que fuese por exigencias del guión. Dejó de oírse la cantinela de muchos plumíferos mediocres que cuando vivía el dictador decían: «Si no existiera la censura, yo sería capaz de escribir una tercera parte del Quijote». Luego resultó que ni la tercera, ni la mitad. No tenían grandes obras guardadas en su cajón esperando mejores tiempos.


Fueron los tiempos en que muchos sacaron su carnet del Partido, que bien guardadito lo tenían después de haber jurado –o mientras juraban– fidelidad a los sacrosantos Principios del Movimiento Nacional. Tocaba cambiar de camisa vieja a chaqueta nueva; y después de un breve cursillo de «cómo ser demócrata en diez días», ahí les veías, con su carnet en la boca, como si fuera bula papal. Pero, ¡qué carajo! Teníamos democracia y todo estaba permitido.


Claro que también hubo a quien no le gustó nada esa «deriva democrática». Algunos militares se significaron en contra, como por ejemplo el almirante Pita da Veiga y el búnker regimental, que era al mismo tiempo militar y civil. A Suárez hay que reconocerle el mérito de haber sabido navegar en aquel mar embravecido que era la política de entonces, en el que cualquier error de bulto hubiese significado el naufragio y la vuelta a los palos. Hay quien discute que esa Transición fuese «modélica» y tal vez hilando muy fino tenga razón. Así se puede leer, por ejemplo, en el libro que Luis Herrero ha escrito sobre Suárez. Libro escrito desde el conocimiento de la persona y desde el afecto; pero libro también en el que el autor no deja de plantear sus dudas acerca del «generoso comportamiento» de algunos líderes políticos de entonces. Pero para el común de las gentes, la Transición política fue un proceso en el que se transitó desde una dictadura militar (últimamente dictablanda) a un sistema democrático representativo (al menos sobre el papel) sin tiros de por medio. Espíritu que reflejaba muy bien la conocidísima canción:


Libertad, libertad,
sin ira libertad,
Guárdate tu miedo y tu ira…


(Digo yo que la canción podría volver a ser un éxito si algún productor avispado saca una versión hip-hop, estilo musical de moda al parecer en los Ministerios…)


Otra consecuencia de promulgar una Constitución fue que África dejaba de empezar en los Pirineos –así decían nuestros chers amis de la France–. Y que nos acercábamos a donde se cortaba el bacalao. Estábamos en crisis energética gracias a los tortazos entre moros y judíos, ETA era por entonces un problema importante, máxime cuando en aquel entonces los terroristas tenían su santuario en casa de nuestros «queridos amigos franceses» y el PNV se ofrecía como «solución al conflicto vasco» (sólo después hemos sabido que el nacionalismo presuntamente democrático no es parte de la solución, sino del problema). Pero, ¡qué carajo! Teníamos democracia. Creíamos entonces que «hablando se entiende la gente».


Yo estoy cada vez más convencido de que, a pesar de todos los problemas que había entonces, aquellos cuatro primeros años de andadura constitucional (1978-1981) fueron la única democracia que hemos disfrutado en España digna de tal nombre. ¿A ustedes qué les parece?

martes, 9 de diciembre de 2008

La reforma prescindible

Cada 6 de diciembre, el jefe del estado y la casta política y sindical en bloque se ponen de acuerdo para cantar las loas de la ley de leyes con los mismos tópicos y frases hechas de siempre: que si es la constitución de todos, que aunque tiene algunos errores, fue elaborada por consenso y eso es lo que importa, que si este ha sido el periodo más largo de libertad, prosperidad y estabilidad…


Este ejercicio de cinismo y autocomplaciencia, —que, dicho sea de paso, cada vez resulta más grotesco e insultante— está motivado porque los citados estamentos son conscientes de que la constitución del 78 es la fuente de su poder, privilegios y sinecuras y no pueden permitir que los numerosos defectos de aquella, tanto de forma como de fondo, ensombrezcan la pretendida legitimidad de la oligarquía de partidos.


A lo dicho solo cabe citar una excepción, los partidos que se benefician de una arquitectura constitucional hecha a su medida y aprovechan este día para despreciar —con un tono más agresivo que de costumbre— las instituciones del estado, y lo que es peor, al conjunto de la nación porque saben que eso no les va a quitar su posición de privilegio, sino más bien al contrario.


Volviendo a los partidos “constitucionalistas”, algo ha cambiando entre sus dirigentes en los últimos años, concretamente desde que ZP llegó a La Moncloa con el firme propósito de “avanzar en el Estado de las Autonomías” —es decir, de terminar de romper España—.


Desde entonces hasta la fecha, en las conmemoraciones del 6 de Diciembre se han venido distinguiendo las declaraciones de dos tipos de políticos: quienes por obra u omisión violan deliberadamente la carta magna (entre los que se encuentran ZP y sus secuaces) y quienes reclaman su cumplimiento (la oposición digna de tal nombre). Ambos alaban a la carta magna, pero, aunque a primera vista pueda parecer contradictorio, son los primeros los que con más entusiasmo expresan sus elogios y se recrean en lo ya conseguido, mientras que los segundos combinan la defensa de la constitución con la defensa de su reforma.


Pero centrémonos en los primeros. La explicación de su actitud es bien sencilla, no ensalzan la ley de leyes por cargo de conciencia, lo hacen porque el texto constitucional vigente les es tremendamente favorable a sus intereses y su quebrantamiento les sale gratis, por eso no quieren que se toque ni una coma. Si alguien todavía tenía alguna duda de esto, el inquilino de La Moncloa lo ha dejado claro:

Todo es perfectible, pero la Constitución tal como está ahora es útil y por tanto no es imprescindible una reforma, podríamos mejorarla, pero no es imprescindible, se puede funcionar con la Constitución para que el país progrese y para que la convivencia se fortalezca (…) no es en este momento una tarea prioritaria.

¿Por qué no es una tarea prioritaria? Porque la constitución es útil, es decir, es útil para el Partido Socialista que siga como está: teóricamente vigente, o mejor dicho, vigente o no a conveniencia del ejecutivo. Por esa razón se ha olvidado de la mini-reforma que propuso la legislatura pasada, que consistía en convertir al Senado en una verdadera cámara territorial y eliminar la preferencia del varón a la mujer en el acceso al trono (dos temas de vital importancia para la sociedad española, sin duda). Y es que ZP y su cohorte de caciques taifeños se han percatado de que plantear una reforma constitucional puede dar lugar a que se abra el debate en la sociedad y a que se cuestione total o parcialmente la carta maga y eso no conviene en Ferraz. Mejor dejarlo como está, ensalzar el pogreso de la sociedad en estos años, mitificar la Transición y ¡otra de gambas! Que mientras se pueda seguir violentando la ley de leyes sin que el Tribunal Constitucional diga una palabra en contra, no hay de qué preocuparse.

sábado, 6 de diciembre de 2008

¿30 años de qué?

Cada 6 de diciembre la casta política, ayudada oportunamente por los voceros de los medios de comunicación y demás grey, inundan nuestras retinas y ofenden nuestro intelecto con la perfecta conmemoración del Día de la Constitución.


En cualquier nación medianamente civilizada, este día sería concebido con respeto y veneración como una reflexión común de lo que se ha conseguido y una pléyade de proyectos por cumplir. En España sirve, como en tantas otras ocasiones, para ocultar tras una cortina de humo, los vicios y defectos de un sistema que si bien ha tenido su momento histórico y su relativa utilidad para pasar de un régimen autocrático a otro formalmente democrático actualmente se encuentra desbordado por ingentes cantidades de flecos que ponen en tela de juicio ese pretendido petit point que es la Constitución de 1978.

Obviamente es más sencillo inundar nuestras televisiones con documentales de aquellos del destape, la Pasionaria entrando en las Cortes con Alberti, las monjitas saliendo del colegio electoral o la rúbrica del texto con la sanción real que afrontar los defectos de un sistema en donde la democracia parece haber sido sustituida por algo bien distinto. Cualquier constitucionalista con dos dedos de frente en 1978 y treinta años después podría afirmar sin rubor que si bien son muchos los temas que quedan cerrados con la Carta Magna otros tantos fueron pasados de soslayo, y de aquellos lodos vienen estos barros.

Qué democracia puede mantener sin ruborizarse una cámara de representación territorial totalmente inoperante y sujeta a los mandatos del Congreso, qué régimen electoral cabal puede admitir, vía ley orgánica, que los votos de unos valgan más que los de otros, qué pueblo abdica de su soberanía a favor de poderes menores como son ese invento de las Comunidades Autónomas ajenas a nuestra tradición histórica, política y jurídica, qué gobierno excarcela a delincuentes para obtener rédito político, luego los vuelve a encarcelar y nadie dice nada...

Más que conmemorar el treinta aniversario de la Constitución Española, lo que debería hacerse es reivindicar su cumplimiento y afrontar las reformas que precisa para cerrar el sistema autonómico antes de que sea demasiado tarde.

No hay que leerla demasiado, tan sólo su preámbulo, y se nos descubrirá lo que se ha dejado de hacer para contentar a los que, precisamente, más le deben y más empeñados están en tirarla por tierra.

jueves, 4 de diciembre de 2008

La Partitocracia española

El sistema político español encaja a la perfección en la definición de Partitocracia o Estado de Partidos, pero además de los elementos descritos, posee particularidades que lo convierten en un modelo único y especialmente nocivo. Son fundamentalmente tres las características que agravan la situación del régimen partitocrático de 1978:


1.- La ley electoral, que es escasamente proporcional, ya que establece la provincia como circunscripción, lo que hace que no valga lo mismo el voto de todos los españoles: minusvalora el voto de las provincias muy pobladas al tiempo que anula los votos que no vayan a partidos mayoritarios en provincias con un número de habitantes medio o bajo. Esto desvirtúa la proporcionalidad corregida del sistema D’Hont y favorece enormemente a los partidos nacionalistas regionales, que están sobrerrepresentados parlamentariamente y tienen la última palabra en la formación de gobierno en caso de que el partido ganador no obtenga mayoría absoluta de escaños.


2.- El Estado de las Autonomías, que ha permitido vaciar competencial y financieramente al Estado central, ha creado barreras económicas, laborales y sociales donde no las había, ha multiplicado el número de funcionarios y altos cargos y ha duplicado administraciones innecesariamente, lo que ha derivado en un notable incremento de la presión fiscal sobre los ciudadanos. Un Estado de las Autonomías que es contrario a la historia de España y que por su propia naturaleza, hace imposible el principio de igualdad ante la ley, tanto de regiones como de ciudadanos.


3.- El blindaje de la constitución. Los Padres de la Constitución blindaron la carta magna al establecer complicados cauces para su reforma, cosa que ha frustrado que en el pasado se pudieran llevar a cabo reformas necesarias. Esta traba seguirá obstaculizando en el futuro la posibilidad de introducir en la carta magna reformas que inevitablemente serán cada vez más profundas y más imprescindibles.


Estas tres características son más dañinas para la Nación que la Partitocracia en sí, puesto que por un lado el Estado de las Autonomías genera insolidaridad y enfrentamientos entre las regiones de España y pone en peligro la unidad nacional, condición sine qua non para el establecimiento de una Democracia. Por otro lado, la ley electoral dificulta que aparezcan nuevas formaciones nacionales partidarias de la llamada “regeneración democrática” y pone la política nacional al servicio de las oligarquías nacionalistas regionales. Finalmente, el blindaje de la constitución impide que los ciudadanos puedan corregir estos excesos del régimen del 78 y subsanar el déficit democrático que lo caracteriza. Esto produce inevitablemente un desgaste progresivo de la Carta Magna que solo podrá terminar con su agotamiento final.

¿Qué es una Partitocracia?

La Partitocracia es una forma de gobierno en la que, aunque teóricamente se vive en Democracia, la participación política del pueblo se limita al sufragio periódico y son los partidos políticos los que ejercen la soberanía de forma efectiva.


Las instituciones del Estado están controladas por los partidos políticos, que dejan de ser instrumentos de la sociedad civil para la participación política y se convierten en oligarquías que se reparten el poder del Estado. A esto se le conoce también como Estado de Partidos (sinónimo de Partitocracia), pues el Estado pasa a ser de los partidos y viceversa.


Algunos periodistas identifican Partitocracia como sinónimo de burocracia de partido, por la que los partidos políticos se convierten en férreas estructuras dirigidas desde la cúspide y no desde la base. Pero esto solo es uno más de los elementos que conforman la Partitocracia, y es consecuencia de lo anterior.


En una partitocracia los partidos carecen de democracia interna porque el cabeza de partido nombra a dedo a los candidatos (ya sea en listas electorales o en distritos nominales) por lo que los diputados, senadores y concejales le deben el cargo y serán siempre ciegamente obedientes al jefe de su partido y votarán siguiendo sus órdenes, porque de lo contrario pueden ver truncada su carrera política. Por esa razón, el parlamento no es el centro del debate político, sino que se convierte en una mera caja de resonancia de las decisiones previamente adoptadas por las direcciones de los partidos.


La Partitocracia suele darse en regímenes parlamentarios, más propensos a la concentración de poderes. Esquemáticamente, el mecanismo de funcionamiento de la Partitocracia es el siguiente: un partido gana unas elecciones, con lo que tiene mayoría de escaños en el parlamento, y esa mayoría parlamentaria otorga a su vez el gobierno. El parlamento (o el gobierno) tiene además la función constitucional de designar a los miembros del Poder Judicial y los partidos pactan un reparto favorable al partido gobernante en cada momento, por lo que no existe separación de poderes alguna. La consecuencia de esto es que el ejecutivo-legislativo puede aprobar leyes anticonstitucionales y que la aplicación de la constitución y de las leyes depende de los intereses de los gobernantes en cada momento, razón por la cual no existe el Estado de Derecho y la carta magna es papel mojado.


La Partitocracia no es pues, una forma atrofiada de Democracia, sino un régimen con rasgos democráticos (libertades civiles, sufragio periódico) y dictatoriales (concentración de poderes, inexistencia de Estado de Derecho).

Bienvenidos a 30 años de Partitocracia

30 años de Partitocracia es un blog pretende concienciar de que los problemas políticos que sufre España (especialmente los atentados contra las libertades más elementales por parte de los poderes públicos) no son coyunturales, sino distintas manifestaciones de un problema mucho más grande, de un problema estructural del propio régimen del 78, que se resume en un gigantesco déficit democrático y en un pésimo diseño institucional.


La defensa de los principios básicos de la democracia y la indignación que nos produce su continua violación en la España actual nos empujan a crear este blog. Porque un régimen en el que se permite que diariamente sean vulnerados derechos reconocidos en su carta magna no puede ser considerado una democracia, al mismo tiempo que una constitución que no garantiza los derechos que reconoce no es una constitución democrática. Por eso España, hoy por hoy no puede ser considerada una Democracia, sino tan solo una Partitocracia.